domingo, 30 de diciembre de 2012

El Zorro, un pasadizo a Alicia en el País de las Maravillas

CRÓNICA

Desde que te enfrentas cara a cara con la entrada de El Zorro te das cuenta que no te vas a adentrar en una sala de conciertos cualquiera. Desde el primer momento recuerda a un estilo Lewis Carroll muy pronunciado. En el corazón de un caracol, cuyos laberintos están repletos de escaparates que oscilan entre zapaterías de niños y tiendas aptas para fanáticos del cómic hasta estudios de piercing y tatuajes, llama tremendamente la atención una pared grafiteada con la imagen de un zorro. Hasta que no te acercas lo suficiente como para distinguir un manillar de un mural, no te percatas de que hay una puerta secreta camuflada detrás de las garras del animal.

Entrada de la sala de conciertos El Zorro, ubicada en el Centro El Caracol, del Paseo de la Independencia (Zaragoza)



Una vez dentro no sabes hacia donde dirigir la mirada, en un primer momento destaca la glamurosa pared de terciopelo blanco que dibuja flores granates detrás de la barra. Más tarde la pared que decora el fondo del escenario con una temática selvática-musical invita a ser examinada minuciosamente. En ese momento es inevitable trasladar la mirada hacia la izquierda intentando recordar de qué te suena el graffiti de elefantes rosas que ocupa toda la pared. Pronto sonríes porque evoca tu infancia, momento en el viste la película de Dumbo una y otra vez sin entender el delírium tremens del protagonista que alucinaba con siniestros desfiles de elefantes rosas al ritmo de “Pink elephants on parade, pink elephants…”. La pared restante, lejos de intentar crear un poco de orden entre tanto mestizaje mural, se adorna con multitud de cuadros, unos de músicos, otros de bebidas alcohólicas. Cada detalle ornamental te convence de estar viviendo in situ en el cuento de “Alicia en el País de las Maravillas”. Cuando piensas que has inspeccionado minuciosamente aquella madriguera de arriba abajo, te das cuenta de que los destellos plateados que inciden en las paredes proceden de una bola de discoteca sesentera que preside la sala.

Me dirijo a la barra, necesito una copa para calmar la confusión que provoca la ilógica estética de una de las salas míticas de conciertos de la ciudad de Zaragoza. Me atiende una camarera risueña, con el pelo alborotado y una combinación de vestuario que si bien no encajaría en Milán ni en París, si que lo hace a la perfección en aquel mundo nuevo que se estaba abriendo ante mí. Mientras la camarera hace su trabajo yo me fijo que los letreros de Lewis Carrol de “bébeme” y “cómeme” en El Zorro están sustituidos por mensajes de “prohibido fumar porros” y “prohibido sustancias estupefacientes”. Me río porque entre el casi centenar de personas que abarrotan la sala y la caótica disposición decorativa acentuada por una combinación de tenues luces rojas, verdes y azules, no me hace falta no seguir las advertencias de los carteles.

El Zorro es un mundo aparte, el ambiente es diferente. Pero se adapta a los tiempos que corren, bebidas económicas y espumillón navideño de colores en las lámparas. Lámparas manejables que fueron, durante toda la noche, el objeto de diversión de los asistentes que lo utilizaban como focos parpadeantes, y un bol gigante de pipas del que podías coger sin permiso todas las que quisieras.

Y allí estábamos, casi un centenar de personas, muy diferentes entre sí, esperando que empezara el concierto de Los Brodies, un grupo zaragozano de música reggae y otros estilos similares que cuentan con miembros de bandas como We&Dem, China Chana, Delirium Tremens, Er Zulo o Sinestética. Jóvenes y no tan jóvenes músicos que pedían nuestra ayuda para recaudar fondos para su nuevo disco que se editará el próximo febrero. Algunos de los asistentes optaron por pagar los 8 euros de la entrada que incluía un vale canjeable para conseguir el disco y otros por una entrada sencilla de 3 euros que solo por conocer aquella “madriguera” merecía la pena pagar.

Los Brodies

Los Brodies se hicieron de rogar, el concierto que prometía comenzar a las diez y media de la noche del viernes comenzó media hora más tarde, hasta que los músicos no se tomaron sus chupitos de orujo rituales para salir al escenario no empezó. La espera resultó merecer la pena. Nada más salir al escenario, el ambiente del local fue arrasado por un “buenrrollismo” impropio de estos tiempos convulsos en los que vivimos. El público comenzó a moverse al ritmo de la música reggae cual muelles. Entre el público mucho fan que coreaba la canción “Cuando salga el sol”, algunos familiares que desentonaban entre las barbas, las rastas y las camisetas con mensaje que caracterizaban al público mayoritariamente juvenil y una pareja de cincuentones que, después de tomarse dos “gintonics”, gritaban “me encanta” y comentaban entre ellos que “hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien entre tanta gente”. Y es que es cierto que Los Brodies, además de tener un guitarrista espectacular y unas letras contagiosas y positivas, transmiten que disfrutan haciendo reggae y ese buen rollo se lo llevan también a sus vidas.

Después de dos horas de concierto de reggae fusionado con algún toque sutil de ska y rock, el momento cumbre llegó cuando Los Brodies y el público se unieron entonando como un himno la canción versionada de Kiko Veneno “Te echo de menos”.

En el trayecto de vuelta al mundo real me prometí volver, algún jueves por la noche, cuando las jam sessions se convierten en las protagonistas, donde músicos y no tan músicos improvisan, donde la improvisación rompe con la barrera entre grupo de música y público.

Alicia Gracia

2 comentarios:

  1. hola. buen articulo. Soy quien pinto ese mural de la entrada del Zorro. Y soy un gran admirador de la obra de Lewis Carrol... me alegra que algo en el conjunto del local, y la música te llevase hasta un pais de maravillas...

    acabas de ganar un seguidor

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    1. ¡Muchas gracias! ¡Cómo me alegra leer que te ha gustado el artículo! El Zorro, todo tan caótico pero tan bien puesto... ¡Un saludo!

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